martes, 26 de noviembre de 2013

C.I.A.N.U.R.O.

Navajas, puñales o cianuro. Llega un fin y nace un principio. Errores imprudentes, mentiras consistentes o verdades irreales de un triste poema que invoca al sollozo.

Esperanza pérdida de un sueño falsete que empuja mis talones a un abismo indiscreto. ¿Y la verdad? Sigue ahí parca y ciega como aquella soledad que dejó esa ausencia dentro de mis entrañas.

Incertidumbre cianúrica que evoca el deseo desesperado de saber ¿Por qué lo hiciste? O ¿Por qué no lo hiciste? Ansiedad destructiva de un pálido aliento a licor, tabaco y veneno que sólo puja por concretarse en dulce agonía de un vago recuerdo culposo, de un sueño de dos días.

Alma entregada a una negra parca, pero desconocida, conducida sin retorno a sabiendas que después del polvo viene el fuego eterno. ¿Existirá perdón del Grande? O es que recién inicia la eterna agonía. Pienso que es demasiado tarde.

Dueño de una decisión instintiva que fuerza el vengativo destino, cruel como él sólo, pero justo a pesar de todo. ¿Víctima o victimario? El papel ya no es de interés; fui en algún momento ambos.

Trascendencia, la verdadera inmortalidad, siempre la quise, nunca la obtuve. Proezas inexistentes de pasos vacíos que dejan huellas borradas por la bajamar de San Pedro. Orgullo y trascendencia, espuma efímera que se desvanece en las orillas de esa mi playa tan amada.


Al final no soy el hombre que fui, ni el que quise ser. Para ustedes sólo fui aquello que quise aparentar, el Armel que pudieron conocer y palpar. Amar, odiar, querer, reír y soportar. Al final no hay final, tan solo viene un largo pesar, o quizá nada.


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